La educación en territorio rural tiene características muy particulares y solo aquellos/as que se han propuesto descubrirlas están en la puerta de entrada de un mundo completamente distinto al imaginario de la academia y muy lejos de los que cuentan los libros de pedagogía.
La escuela rural es además de un centro educativo un centro social que posee características únicas, pues en ella convergen tanto estudiantes, como ex alumnos, apoderados y gente de las comunidades cercanas. Es preciso mencionar que las obligaciones de esta escuela rural no son diferentes a la de una escuela urbana y son medidas por la misma vara que cualquier otra escuela del país. Igualdad dirán algunos/s inequidad pronunciarán los/as críticos/as.
La escuela rural multigrado posee una característica que se suma a las ya mencionadas y es la categoría de multigrado. ¿Cómo se ha perpetuado en el tiempo, hasta hacerse hoy en día contemporáneo, viable y además recomendable? Es un asunto que merece al menos un análisis.
El escenario promedio de la escuela multigrado, reúne a estudiantes de primero a sexto año básico, es decir desde los seis a los once años de edad. Eso en estricto rigor, pues resulta normal y cotidiano, que asistan niños y niñas que no alcanzan los seis años en la calidad de “oyentes”, y otros/as que superan los once años, y han repetido curso, por lo que pueden llegar inclusive a los trece años o un poco más. Estos casos son aislados, más se mantienen en la escuela para evitar la deserción escolar, la que por cierto es muy alta en las zonas rurales.
El escenario antes mencionado puede resultar complejo, y lo es si la educación es entendida como mera instrucción, donde él o la docente se posiciona en el cetro de aquel que más sabe e instruye a los que por definición “no saben”.
Mas aquellos que como se menciona en los primeros párrafos han observado esta dinámica como una ventaja, han descubierto un tesoro invaluable que se conecta perfectamente con las corrientes contemporáneas de las llamadas pedagogías activas, donde él y la estudiante son el principal eje de toda la escuela y es la escuela la que se pone al servicio de los estudiantes y no son los niños quienes se adaptan a un sistema educacional que hoy por hoy, resulta inclusive antinatura.
La construcción de comunidades de aprendizaje es el primer concepto que surge a la luz de lo antes mencionado, la colaboración entre pares, la co-elaboración, la coexistencia y la construcción de conocimiento como fruto de sus propias experiencias, es lo que por años ha definido la educación en territorio rural.
De ahí entonces la importancia y relevancia de las ciencias en la escuela como un articulador transversal de todo lo que allí ocurre. Desde una idea, desde el acompañar al otro en sus procesos, desde la comprensión del docente que la ciencia es cuestionable y que se puede destruir y construir cuantas veces queramos, desde la comprensión que la escuela es un centro de experimentación constante, donde no solo los niños y niñas pueden cometer errores, sino también los docentes, y estos errores ser tomados como experiencia y construir desde ahí conocimiento empírico.
De la misma forma potenciar la escuela ya no como un centro educativo, sino un centro de aprendizaje, de co-aprendizaje, donde se puede experimentar, donde los niños y niñas pueden dar espacio a su imaginación…
Parece una utopía visto desde los ojos de cualquiera que no conozca el aula multigrado, y las primeras aprensiones se encontrarán el, para algunos/as, temido currículum, currículum que para un educador o educadora rural, no es otra cosa que el piso mínimo de lo que se puede lograr, identificando además que el verdadero desafío está en la didáctica, en la forma en que comprendo la dinámica y la manera más efectiva de construir aprendizajes en niños y niñas de distintas edades, sin necesidad de separarlos en islas dentro de la misma sala, emulando la escuela urbana.
Un espacio además donde el “asignaturismo” queda completamente de lado y donde lo que importan son las habilidades y las actitudes con las que él o la estudiante logrará hacer propios los objetivos propuestos por el plan de estudio.
La lógica indica que tenemos en promedio 20 estudiantes de 1° a 6° y que deben aprender lo que el programa de estudios indica. Mas es preciso dar una mirada más allá y reflexionar sobre aquello, notando que en lo concreto lo que realmente hay frente a él o la docente, son 20 niños y niñas de entre 6 y 11 años, que lo único que les importa en la vida es jugar. Quizá si la educación en general es vista de esta forma la escuela no solo sería un buen escenario en territorio rural, sino en todo el sistema educativo.
Las oportunidades para las ciencias son inmensas, desde la articulación con otras disciplinas y la incorporación de todas las personas que convergen en esta comunidad de aprendizaje. Apoderados/as enseñando cultivos, exalumnos/as relatando experiencias, compartiendo saberes, creando conocimientos desde el empirismo, resignificando tradiciones, dando explicaciones científicas a fenómenos naturales conocidos culturalmente, sin necesidad de pisotear una cultura, sino más bien coexistir con ella y hacerse parte de la misma contribuyendo a su desarrollo y conservación.
La ciencia en la escuela rural es el paraguas que debe guiar el accionar de él o la docente, es la columna vertebral, y el método científico debe vivirse desde la planificación anual, en cómo se abordarán los distintos objetivos de aprendizaje, ¿Desde el currículum hacia el estudiante? o más bien ¿desde el niño o niña hacia el saber? Al mismo tiempo en torno a la didáctica la escuela rural proporciona un escenario ideal para trabajar proyectos de aula integrados, donde todos los niños y niñas pueden participar propiciando un aprendizaje significativo y abierto a la diversidad.
En conclusión, solo resta mencionar que la escuela rural multigrado proporciona un escenario ideal para el aprendizaje activo de las ciencias, y que solo es necesario el accionar pedagógico adecuado y mancomunado para que desde allí florezca un nuevo modelo educativo, endógeno y que, de respuesta real a las necesidades de nuestros niños y niñas, no solo en el contexto rural, sino en todo el territorio.
Referencias.
Accomo, M. N. (1999). Los proyectos de aula. Hacia un aprendizaje significativo, en una escuela para la diversidad. Buenos Aires: Magisterio Río de la Plata.
Boix, R. (2011). ¿Qué queda de la escuela rural? Algunas reflexiones sobre la realidad pedagógica del aula multigrado. Profesorado. Revista de Currículum y Formación de Profesorado, 13-23.
Pertinencia Consultora de Educación. (2016). Clínica de Pertinencia. Una deliberación desde la acción. Temuco, Chile: Pertinencia.
Yeste, C. G. (2013). Comunidades de aprendizaje. Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Cs. Sociales., 247.
¡Totalmente de acuerdo! Trabajar desde la etnociencia rescata saberes milenarios y da una visión muy distinta donde la naturaleza no es un objeto al servicio de lxs humanxs. Muchas gracias por compartir este texto, estoy trabajando la ciencia con esta perspectiva en una comunidad multigrado y ha sido una experiencia de aprendizaje- enseñanza riquísima.
El diálogo entre la ciencia y la cosmovisión de los pueblos es sumamente enriquecedor. Ambos saberes nacen de la curiosidad, la observación y la reflexión, de la búsqueda de un origen. Son diferentes en sus métodos y en sus resultados, pero no por eso contrarios. Se complementan sin ser superior uno al otro.