No fue hasta que me tomé dos pastillas de esa mierda que terminé de comprender lo que le hacen a lxs niñxs...
Cuando llegó a la escuela dijeron que era un niño complicado, que no se concentraba en clases y que el neurólogo lo había diagnosticado con TDH con déficit atencional y personalidad desafiante. 9 años tenía para entonces y una pastilla de lunes a viernes le mantenía el cerebro amarrado y solo los fines de semana y festivos podía desatarlo.
El hilo de saliva podía llegar al suelo las primeras horas de la mañana, y a medida que las horas transcurrían comenzaba a reaccionar, a eso de las 14 o 15 horas ya se podía distinguir a un niño tras sus prominentes ojeras.
Era necesario sacarlo de la sala para hiciera actividades al aire libre, el encierro lo agobiaba y lo ponía de mal humor.
Pasaba el tiempo y poco a poco la escuela comenzó a adaptarse a su personalidad y él a comprender que ese era un lugar seguro.
La madre un poco temerosa aceptó comenzar a disminuir la dosis de medicamento ya que el equipo decía poder hacer contención a sus crisis. El neurólogo aceptó bajo la premisa de que lo que ocurriese sería responsabilidad del equipo y de la madre, en todo caso nunca sería responsabilidad de él, esos hijos de nadie “siempre la sacan pelada”.
El proceso fue duro, la madre tenía ya era parte del equipo, muchas veces se veía cansada, decía que se lo llevaría y no entendía el afán del equipo porque se quedara.
Los golpes e insultos eran cotidianos, peleas en el patio, las agresiones a sus compañerxs y a lxs profesores/as no podían faltar.
Un día salió corriendo de la sala, se abalanzó sobre el profesor con golpes de pie y puño, sin haber mayor provocación, solo su frustración descargada en aquella figura que de una u otra forma para él era una autoridad, corrió lejos de la escuela, atravesó los cercos como de tres predios mientras el profesor lo seguía tratando de no perder su rastro ya que en el campo hay perros y podían morderlo.
Tanto fue el alboroto que el profesor lo tomó en brazos para llevarlo de vuelta a la escuela en medio de sus golpes e insultos…
Esa fue su última crisis, ese día comprendió que pase lo que pase esos locos estarían ahí para él, para hacerle el aguante y apapacharlo las veces que fuese necesario, ese día la madre entendió que la única forma de evitar las drogas psiquiátricas en su hijo era con constancia, amor y entrega.
Se redujo a nada el consumo de Ritalín y las actividades en el huerto o el patio eran su especialidad, ya no babeó por las mañanas y su cerebro por fin tuvo vacaciones.
No fue hasta que me tomé dos pastillas de esa mierda que terminé de comprender lo que le hacen a lxs niñxs, antes lo sabía gracias a mis estudios y lo que hablábamos con ese piño de locos de mierda con los que hacíamos pedagogía desde la wata…
No le den pastillas a lxs crixs!
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