José Manuel Silva Vergara
El concepto de itxofil mongen, que se refiere a la interconexión de todos los seres vivos, es un principio fundamental de la cosmología mapuche. Enfatiza que todas las formas de vida están vinculadas, creando un sistema holístico en el que los seres humanos tienen un papel que desempeñar en el mantenimiento de la armonía entre la naturaleza, las personas y el mundo espiritual. El huerto escolar, conocido como tukukawe, presenta una valiosa oportunidad para que los niños se involucren con esta idea aprendiendo a cultivar la tierra y adquiriendo una comprensión más profunda de su entorno natural. Este enfoque fomenta el respeto y el sentido de reciprocidad con la Tierra.
El tukukawe no es simplemente un espacio físico para plantar; Encarna el cultivo de la vida en su sentido más amplio, tanto material como espiritualmente. A través de sus experiencias prácticas, los estudiantes son testigos de primera mano de la interdependencia de los seres vivos, lo que refuerza su conexión con la tierra y la filosofía mapuche, del küme mongen, una forma de vivir en equilibrio y armonía con el entorno. Como expresa la poeta Elicura Chihuailaf, en el pensamiento mapuche, la vida es un ciclo ininterrumpido que incluye la naturaleza y los antepasados, y estar en sintonía con este ciclo es fundamental para la práctica espiritual (Chihuailaf, 2006).
El trabajo en el huerto permite a los alumnos absorber los valores esenciales del respeto a todas las formas de vida. Más allá de los beneficios académicos, esta práctica profundiza su comprensión de Ñuke Mapu (Madre Tierra) como una entidad viva, fomentando una mentalidad de cuidado y gratitud.
Como señala María Ester Grebe en su estudio sobre la espiritualidad mapuche, la vida espiritual está estrechamente ligada al respeto por la tierra y todo lo que la habita (Grebe, 1998). Por lo tanto, el huerto escolar sirve no solo como una herramienta educativa para enseñar la administración de los recursos naturales, sino también como un espacio para nutrir la espiritualidad a través de la práctica.
Este modelo educativo se alinea con las pedagogías propias de la escuela libre, que enfatizan la autonomía y las formas liberadoras de aprendizaje. Figuras como Freinet y otros educadores en esta línea abogan por un aprendizaje que surja de la experiencia directa y el trabajo colectivo, donde las y los estudiantes interactúan con el entorno natural y social. Pedro García Olivo, por su parte critica las estructuras educativas tradicionales, argumentando que el contacto con la tierra es esencial para romper con estructuras disfuncionales en carnadas en el sistema educativo y proponer desde la acción una educación más libre y humana (García Olivo, 2002).
Esta visión es paralela a la de muchos de nuestros pueblos originarios, no solo el mapuche, donde el conocimiento se transmite a través de experiencias comunitarias y una profunda conexión con la naturaleza.
De esta manera, el tukukawe se convierte en un espacio donde los niños y niñas pueden experimentar itxofil mongen no solo como un concepto, sino como una realidad vivida. Al trabajar con la tierra, aprenden sobre la interconexión de todos los seres vivos, lo que fomenta una mayor conciencia ecológica y espiritual. Este proceso educativo también fortalece su identidad cultural, vinculando a sus tradiciones ancestrales y permitiéndoles practicar el küme mongen, viviendo en armonía con el mundo que los rodea.
En conclusión, el huerto escolar contribuye no solo al crecimiento intelectual de los estudiantes, sino también a su desarrollo espiritual y cultural. Al involucrarse en el cuidado de la tierra, los niños integran los principios de itxofil mongen y küme mongen en su vida diaria, transformando la educación en una experiencia holística que nutre tanto la mente como el espíritu. Por lo tanto, el tukukawe sirve como un espacio de aprendizaje que promueve el respeto por todos los seres vivos y refuerza la identidad cultural y comunitaria.
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