Dizque la conciencia social se construye con el aprendizaje de la historia “social”. Pero la historia social no es relevante en el momento en que la perspectiva del Estado se apropia de todos los contenidos y hace que de una u otra manera, desemboquen en él. Esa mirada hegeliana de que el Estado es la concreción última del espíritu ha sido una las trabas más duras que se han formulado desde la filosofía para detener el avance social y político de cualquier comunidad. Su opuesto, el Mercado, aunque al igual que el Estado nace del puro movimiento social, carece de historia. Se ubica en el presente perpetuo al desarrollar una mirada de corto plazo súper especializada, asentada en la vigencia de la mercancía. El mercado desecha el pasado y se precipita sobre el control del futuro, de hecho, lo construye. Se trata de una institución desinstitucionalizada en la que todo tiende a gravitar alrededor de las leyes de la oferta y la demanda, incluido el Estado. ¿Pero qué pasa con la conciencia social? Bajo esta línea de reflexión, la conciencia social que se supone, alguna vez aglutinó un conjunto de preceptos y principios éticos y políticos ligados a la transformación social, y que eventualmente permitirían la lectura crítica de la realidad colectiva, es reseteada para ser reformulada bajo los vectores de un individualismo astigmático y una memoria inexistente. No obstante, esta situación sigue siendo una oportunidad para replantear las fábulas que gobiernan la sociedad con la condición de que generemos diálogos abiertos pero responsables, donde partamos reconociendo nuestras profundas limitaciones como ciudadanos y nuestros anhelos que se conectan en la modesta condición humana que al final del día, todos tenemos.
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