El Arribo del vidente.
- Grítalo
- 9 jun
- 3 Min. de lectura
Ariel The Dungeon Master
El aire era espeso y húmedo. Ricsen abrió los ojos con dificultad, los párpados pegajosos como si el sueño lo hubiese arrastrado por mil años. Era difícil respirar. A su alrededor, una neblina azulada flotaba sobre un suelo cubierto de líquenes y raíces anchas como brazos. Había sido lanzado desde el Laberinto Nativo tras recitar una frase olvidada, grabada en un glifo antiguo. Ahora, no sabía dónde estaba.
El lugar olía a corteza mojada y fermentación antigua. Un zumbido de insectos y un murmullo de agua cayendo llenaban el ambiente. Ricsen se puso en pie, sacudiéndose la túnica sucia. Revisó sus bolsillos. Su libro sobre especies seguía ahí, al igual que su grimorio de adivinación y sus tinturas herbales. Respiró hondo y rió brevemente.
—"Bueno, al menos no terminé en una fosa con goblins", masculló. "¡Malditos goblins, cómo los detesto!"
Estaba en una selva suspendida entre nubes. El suelo se elevaba en terrazas naturales hechas de raíces entrelazadas y piedras cubiertas de musgo fosforescente. Altos árboles de troncos curvos y hojas carmesí formaban un dosel que dejaba pasar tenues haces de luz celeste. El paisaje parecía estar vivo: lianas que se movían lentamente, como serpientes dormidas; flores que se abrían al ritmo de los pasos de Ricsen. A lo lejos, gigantescos saltos de agua descendían hacia lo desconocido. No había horizonte, solo más nubes y una selva.
Mientras avanzaba, Ricsen sacaba anotaciones.
—"Mmm... Clase: bosque elevado sobre nubes. Humedad permanente. Plantas y hongos con características aéreas. Flora consciente... posible vinculación con energía mágica de raíz chamánica", pensó, rascándose la frente. "Posible círculo druídico cerca, debería poner atención si veo símbolos".
La ansiedad lo apretaba como un lazo en el pecho, pero la maravilla del descubrimiento lo impulsaba a continuar. Observó un árbol cuyas raíces flotaban en el aire y se conectaban con otra rama en un puente natural. Allí, al pie de ese árbol, descubrió una estructura antigua: un templo cubierto por la selva.
Era una construcción circular, de piedra volcánica tallada con figuras que recordaban símbolos de culturas olvidadas, similares a los pueblos del sur. En el centro del pórtico, una figura tallada: una cara con múltiples ojos cerrados y una lengua extendida como serpiente. Ricsen la reconoció al instante.
—"Símbolo de visión interior... Esta era una civilización de adivinadores".
El templo parecía abandonado, pero al acercarse, las puertas de piedra se abrieron solas, emitiendo un silbido profundo. Al entrar, fue recibido por una sala con una enorme vasija en el centro, llena de agua oscura. Alrededor, pinturas murales contaban una historia fragmentada: un pueblo conectado a la selva, protegido por espíritus antiguos, pero dividido por una traición. Una especie de flauta o instrumento de viento.
—"Azumunkurruf debería ser la traducción de estas letras borrosas", frotó la pared.
Mientras inspeccionaba, Ricsen se distrajo revisando una inscripción y cayó en una trampa al pisar donde no debería: el suelo se abrió bajo sus pies y cayó por una pendiente suave, terminando en una cámara subterránea. Al incorporarse, escuchó una voz vieja y resonante.
—"¡Vidente... has cruzado sin permiso! Este lugar no es para los ojos de los ciegos".
Del fondo de la cámara surgió un espíritu en forma de anciana, vestida con hojas secas y ojos brillantes como luciérnagas. Una machi espectral.
—"Este templo fue de los sabios de las alturas. Nos protegía un códice de visiones, pero fue robado por los Hijos de Malvahuánii. El Equilibrio se ha roto. Lo has visto entre la urdimbre".
Ricsen, aún aturdido, se arrodilló.
—"Yo solo quiero comprender. Si hay una manera de restaurar el equilibrio... puedo ayudar".
La machi lo observó.
—"Entonces, escucha el primer presagio".
Ella tocó su frente con un dedo incorpóreo. Ricsen vio un mapa mental: una ciudad suspendida verticalmente entre las nubes, torres entrelazadas por puentes vegetales, y dos facciones aparentemente enfrentadas. En medio, una presencia oscura, Malvahuánii, el Chamán Caído, que corrompía la selva con su magia de podredumbre.
—"Debes llegar a la ciudad de Fumanchu, pero el paso será difícil. El templo te dará un camino, pero debes tomar algo de su espíritu".
Al salir, una de las piedras del templo vibró y le mostró una entrada escondida entre raíces. Allí, Ricsen halló una máscara tallada, hecha de hueso y cobre, cubierta de símbolos de visión. Al colocársela por un momento, vio otra visión: el Chamán Caído, sentado en un trono de ramas secas, rodeado de cadáveres de chamanes vestidos con ropajes verdes, y lo vio a él sosteniendo un disco oscuro que palpitaba como un corazón vivo.
—"Otro disco...", murmuró Ricsen.
Guardó la máscara, anotó todo en su grimorio, y continuó el ascenso por las plataformas naturales, rumbo a Fumanchu, con una nueva misión: descubrir quién era Malvahuánii y cómo devolverle el alma al bosque. Un nuevo arco comenzaba, y los hilos del destino se tensaban en cada raíz que pisaba.
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