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TRARO ESTUDIO DE MÚSICA. Más de una década en el ISO sonoro del underground de la araucanía.

En este cuarto volumen de GRÍTALO Magazine, descendemos a la médula del underground musical del sur chileno para encontrarnos con un lugar que no se define por paredes ni equipos, sino por la sangre, el sudor y el alma que fluyen por cada canal de audio. Bienvenidos a Traro Estudio de Música, el espacio donde las canciones nacen crudas, honestas y con olor a cuero, libros y tierra mojada.


Un origen entre memorias y trueke

Donde antes florecía la historia familiar, hoy vibra el espíritu rebelde del arte sonoro. La antigua casa de la abuela, en Temuco, se convirtió en el año 2014 en una trinchera sonora para la agrupación Hijos del Sol, sesiones de musicoterapia y clases de música. Pero fue gracias a una sugerencia de Gato García —“oye, acá podríamos grabar mi banda”— que el espacio abrazó su destino: volverse estudio de grabación. El debut fue con “Años Fríos” de Los Viejos Junior, grabado con tres computadores y a cambio de un amplificador de audífonos. Así nació Traro: como el ave que le da nombre, oportunista y resistente, que sobrevive de lo que haya... incluso carroña.


Traro: grabar con olor a hogar

Más que un estudio, Traro es una casa viviente donde se prepara té mientras se afinan riffs. Cuenta con tres salas de grabación (batería, guitarras, teclados/productor), todas adaptadas con tratamientos acústicos únicos: desde libros mal puestos hasta tapas de madera recicladas. Si el equipo no estaba, se truequeaba: por un micrófono, por frambuesas, por carne de caballo.


Con 32 canales disponibles, mezclas independientes para cada músico y escenarios acústicos diversos, Traro puede capturar desde una banda punk hasta una sinfonía campesina.


Un archivo vivo del sonido under

El listado de artistas que han pasado por Traro es extenso como un setlist de maratón de tocata. Desde Oscuro Profano, Alectrofobia y Frigider hasta The Revenge of Gaia, Calcetín Abotonado o Comedor, el estudio se ha convertido en el punto de paso obligatorio de la escena de Temuco y sus alrededores.


Pero más que nombres, lo que importa son las historias. Como la del disco “Mate Amargo”, grabado dentro de la Sección Juveniles de la Cárcel de Temuco, entre ecos reales de rejas y concreto. O la sinfonía rural “Aborto Caravana” de Mamayolo, una obra experimental que se gestó durante un año entero en sesiones semanales cargadas de simbolismo y oscuridad.


A lo largo del tiempo han sido varios músicos los que han pasado por el estudio, algunos con diferentes proyectos, y es interesante ver cómo existe una evolución, una maduración del artista en el plano musical, eso es una clara muestra de que la constancia es una herramienta fundamental, no solo para la música, sino para el arte en general, y para nosotros es maravilloso poder ser parte de esa evolución.


La comunidad suena en Traro

Traro no es solo un estudio. Es un archivo de la memoria sonora del sur, un taller de alquimia emocional. Desde el boca a boca, se ha transformado en un templo sin publicidad, donde cada proyecto es tratado como una obra sagrada. Aquí, el músico no llega a aprender sus acordes, sino a dejar todo en la pista. “El mejor indicador es que vuelven”, dice su fundador. Y vuelven porque saben que el alma de sus canciones será respetada y que queda habitando el espacio.

La relación con instituciones como la Universidad Santo Tomás también aporta una capa pedagógica, recibiendo practicantes y generando sinergia con el mundo académico. Aunque eventos masivos aún no forman parte del plan, las sesiones colectivas como Split Residuos Radiactivos demuestran el potencial del estudio para convertirse también en un nodo de articulación cultural.


El legado del under

El under es la matriz de Traro. Su creador lo dice sin tapujos: desde los 17 años, cargando baterías en bicicleta, fue armando tocatas “a la mala”, entendiendo por ensayo y error cómo hacer que una banda suene, funcione, se eleve. Ese conocimiento —más callejero que académico— es el que hoy se traduce en sesiones precisas, técnicamente correctas, pero emocionalmente salvajes.


El desafío de trabajar con proyectos independientes ha sido —y sigue siendo— el tema de las lucas. Pero donde no hay dinero, hay trueke. Donde no hay estudio de última generación, hay ingenio. Donde no hay manager, hay comunidad. Y donde no hay tiempo, hay dedicación sin reloj.


¿Y el futuro?

Traro sigue creciendo. Se aumentó la altura de la sala de batería, se remodela el patio, pronto se inaugura una parrilla para celebrar mientras se graba. Se proyecta una sala solo para voces. Pero el alma seguirá siendo la misma: un refugio para la honestidad artística.


En un mundo donde la industria musical es cada vez más artificial y centrada en el algoritmo, Traro resiste como un latido real. Como el Traro del que toma su nombre, este estudio no se extingue, se adapta, se alimenta de las sobras del sistema y las convierte en arte. Y mientras eso siga ocurriendo, en Temuco el under tendrá casa.

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